Más dos meses de confinamiento (desde que comenzó el estado de alarma el 15 de marzo) debido a la COVID-19 ha hecho mella en muchas personas, prácticamente en la mayoría, que ha visto reducir su actividad física drásticamente, un cierto desorden en las comidas por los cambios de rutina y consecuentemente pérdida de masa muscular, incremento de la flacidez por la pérdida de la elasticidad de la red tridimensional del colágeno que soporta las células grasas y acumulación de grasa conocida como “celulitis”.
A esta situación de reclusión domiciliaria por la pandemia han llegado personas que ya padecían celulitis no tratada y que, posiblemente se les haya agravado, personas que aun teniéndola controlada, el desorden alimentario y el estrés les ha provocado el aumento de esta patología, he incluso después de estos meses, otras personas sin haber mostrado anteriormente ningún síntoma, comienzan a tener ciertos indicadores del inicio de su padecimiento.
En los dos primeros casos es totalmente necesario acudir a un médico estético para iniciar o reiniciar los tratamientos anticelulitis y evitar su agravamiento y, en el último caso, también para proponer a los pacientes acciones y actividades necesarias para controlar un posible inicio y complicación de esta enfermedad que tantos quebraderos de cabeza traen a los que la sufren.
La celulitis es una alteración que involucra a las capas profundas de la piel (dermis) y la grasa superficial preferentemente de la mitad inferior del cuerpo. No existe una causa específica y en su origen influyen factores hormonales, genéticos, raciales, alimentarios, ambientales, etc. A nivel clínico tenemos diferentes niveles o grados: Grado I o edematosa (piel de naranja al pellizcar), grado II o blanda (piel de naranja visible) y grado III o celulitis fibrosa o dura (piel de naranja visible y macronódulos). Los tratamiento son especialmente: mesoterapia, radiofrecuencia, ultrasonidos.